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Pieles NO

domingo, 22 de agosto de 2010

Mágica fe


Este título no es mío, sino de un libro poco conocido de Juan José Benítez, el autor de la serie "Caballo de Troya", que tanto impacto causó en su tiempo. Pero a mí éste me parece mucho más revelador, sobre todo teniendo en cuenta que es como si lo hubiese escrito yo, pues lo que relata el autor yo lo he vivido multitud de veces. Resulta por mi parte muy vanidoso, pero es la verdad. La verdad es eso, verdad.
Nietzsche decía que la única frase sensata del Evangelio la pronunció Pilatos, cuando condujeron a Jesús (Isa para los musulmanes) a su presencia, y al ser éste preguntado si se creía tener una misión, contestó:
-He venido para dar testimonio de la verdad.
-¿Y qué es la verdad?- respondió Pilatos, como buen romano, escéptico y agnóstico.
Yo siempre he creído que griegos y romanos eran demasiado inteligentes para creerse que sus cachondos dioses existiesen, cosa que se quedaba para el pueblo llano.
Bueno, pues Nietzsche es muy dueño de pensar lo que quiera, pero yo no estoy de acuerdo con él. Claro que yo tengo "enchufe" y él no lo tenía, o sea, que juego con ventaja.
Yo siempre he sido, en esto, una privilegiada. Mi abuela me repetía:
-Tú estás protegida.
No me decía por quién, si por mi ángel de la Guarda, algún santo, espíritu o cosa parecida. Pero yo lo sentía así. Siempre, en los momentos apurados o peligrosos de mi vida, mi "protector" (no quiero ser vanidosa y creer que era Dios en persona) corría a sacarme de apuros, a veces hasta en contra de mi voluntad. Como un perrito que se ahoga en una riada, y una mano compasiva lo coge por la piel del pescuezo y lo saca. Así Dios (?)(me hace ilu decirlo así...) me ha librado y me sigue librando de cosas malas. Y lo que me seguirá... Si yo tuviese fe como un grano de mostaza, viviría feliz y sin preocupaciones, pero como soy una incrádula contumaz, no puedo evitar a veces desesperarme y pensar desastres futuros, que la mano amiga ésa que nunca me ha fallado ya se encargará de solucionar. A veces los caminos de ese protector son raros, pero si pienso que me pasa algo malo, siempre termina siendo para mejor, o sea, que se cumple siempre al pie de la letra aquel refrán que dice: "No hay mal que por bien no venga". Yo le conté una vez ésto a una señora a quien le habían ocurrido muchas desgracias, y ella me contestó:
-¡Ay, hija, pues para mí no...lo malo siempre ha sido para mal o para peor.
Me dió pena aquella mujer, y pensé que no tenía mi "baraka". Que yo era una enchufada, una privilegiada, y no sabía por qué, porque de santa no he tenido nunca un pelo, al revés he hecho cosas muuuuuy feas (que no se hagan ilusiones, no voy a contar aquí, pero piensen lo peor, y tal vez aciertan)
Baraka es una palabra árabe que los occidentales traducen como "suerte". Pues no, no es eso. El significado verdadero y profundo de la palabra baraka es "que Dios te mira con benevolencia". Y eso es lo que toda la vida ha hecho conmigo.
A veces pienso que he tenido en esto tanta suerte, o tanta baraka, que si me pasase lo que me queda de vida dando gracias a Dios, ni habría empezado a agradecerle todo lo que El ha hecho por mí. Y, sin embargo, ingrata,a veces me desespero y me asusta el porvenir, que veo negro y triste. Es para matarme.
Yo fuí educada en el catolicismo, y creía todo lo que me decían mi familia , las Teresianas y los curas, a pies juntillas, cosa que me hizo sufrir mucho por los escrúpulos que me crearon, amargándome la niñez. Me resulta muy difícil perdonar. Acabé no creyendo en nada. Pero así tampoco era feliz.
Desde que me casé dejé de ir a misa, pues de soltera mi madre no lo habría permitido y mi padre y mi abuela se hubieran escandalizado. Paco, mi costillo, provenía de una familia de rojetes, que eran unos descreídos, pero como más sanos que nostros.
Yo no era feliz sin creer en nada. Estudié el budismo zen, el taoísmo, y me gustaron mucho. Me parecieron las mejores y más sabias religiones. Durante bastante tiempo fuí una budista convencida. Me parecía todo perfecto, menos eso de que al morir iba a perder mi "yoidad", y que mi alma sería como una gotita de agua se se diluye en el mar de la Divinidad. Aunque llegar a formar parte de Dios era muy halagador, a mí no me hacía feliz. Quería seguir siendo yo por los siglos de los siglos. ¡Hasta donde puede llegar la soberbia humana, madre mía!. Pero no lo podía evitar. Yo leía a Pascal, que el pobre quería creer desesperadamente, pero su razón no le dejaba. El decía "Il faut s'abêtir" (hay que embrutecerse), y plegarse a los ritos. Todo lo contrario de lo que dice el budismo, que enseña que los ritos son fatales y despistadores. Pero pensé que Pascal tenía razón, y que mi soberbia no me dejaba vivir en paz.
Yo siempre había admirado mucho a los musulmanes, sobre todo por su fe. ¡Estos sí que -pensaba yo- tienen una fé sin fisuras!. Tienen la fe del carbonero, y un musulmán puede ser un ladrón, un asesino, lo peor, pero cree en Dios. Entonces ví claro. Supe enseguida y de golpe que para ser feliz, vivir sin preocupaciones y dejar de ser atea (que es triste e incómodo), tenía que convertirme al Islam. No me preguntéis por qué, pero tenía la certidumbre de que mi salvación estaba ahí.
Una tarde de verano de hace ya bastantes años, ni corta ni perezosa, me vestí y me fuí a la mezquita más cercana a mi casa. Fué un arrebato que me cogió, no reflexioné, pero yo en la vida las cosas que he hecho como iluminada siempre me han salido bien, por ejemplo, casarme. Me casé a lo loco, pero yo estaba convencida -no sé cómo- de que aquel hombre era el que me estaba destinado, y no dudé ni un momento. Pues de la misma forma fuí a la mezquita. Sin titubear llamé, se me abrió, y le dije a Abdullah que quería convertirme al Islam. No me hizo preguntas, y salió Amina, quien me tomó el juramento. En la parte de la mezquita destinada a las mujeres, de rodillas las dos, me hizo levantar la mano derecha y repetir la fórmula del juramento: (en árabe, claro, pero aquí la pongo en español)"Doy testimonio de que no hay más que un solo Dios, y que Muhammed es el enviado de Dios".
Y ya fuí musulmana, y todos los pecados de mi vida pasada me quedaron perdonados.
Me fuí a mi casa más contenta que unas pascuas.
Luego fuí a la mezquita, conocí a mis correligionarias, todas encantadoras, y que me recibieron estupendamente, contentas de"tener otra hermana".
Y hasta ahora. A veces estoy bastante tiempo sin ir a la mezquita, porque no es obligatorio ir los viernes,como los católicos deben asistir a la misa en domingo, pero no pierdo el contacto con ellas, ni con nadie. A veces pierdo el norte y me desespero, y llamo a mi correligionaria-hermana Leyla, que es una chica buena, sabia, guapa, culta e inteligente, le cuento que me ha cogido el panico por el miedo al día de mañana (¡a pesar de todo lo que he recibido de Dios!), y ella me reconforta. Ella no tiene estos baches. Tiene la fe que me gustaría tener a mí. Una fe musulmana. Una fe inatacable y sin fisuras. Pero me conformo con lo que tengo, pues siempre he oído decir que la fe en un regalo de Dios, y Dios me ha regalado ya muchiiiiisimas cosas.Yo le quiero mucho a Dios, aunque, por supuesto, no le entiendo en absoluto. A lo mejor El me quiere tanto porque yo le quiero a rabiar, y ya se sabe. "amor con amor se paga".
Gracias, Dios mío. Aunque sea una calamidad, aunque tenga que acudir cuando flaqueo y me desespero a la roca que es mi hermana Leyla, gracias, Señor de los Mundos, me has dado millones de veces más de lo que merecía.
Y si alguien, al leer esto, se ríe, me es igual. Yo sé muy bien lo que he escrito, y no me avergüenzo nada.
¡Soy afortunada!

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